Dijo Confucio: "Si juzgas a las personas, no tendrás tiempo para amarlas". Este pensamiento célebre nos abre las puertas a múltiples reflexiones sobre la virtud-defecto que es el perfeccionismo.
Es una virtud por tender a hacer las cosas perfectas. Y es un defecto porque no cuenta que lo perfecto no existe en este mundo, que los fracasos son parte de la vida.
En la vida hay muchos perfeccionistas. Creen en el trabajo bien hecho, se entregan apasionadamente a hacer bien las cosas, y llegan a hacer magníficamente muchas tareas que emprenden.
Pero son también un poco neuróticos. Viven tensos. Se vuelven cruelmente exigente con quienes no son como ellos y sufren cuando ven que muchas de sus obras, a pesar de todo su interés, se quedan a mitad de camino.
Por eso una de las primeras cosas que deberían enseñarnos de niños es a equivocarnos. El error, el fallo, es parte de la condición humana. Siempre habrá un coeficiente de error en nuestras obras.
Según Maxwel Brand: "Todo niño debería crecer con la convicción de que no es una tragedia cometer un error". Por eso el perfeccionismo causa temor. Los niños ‘educados para arcángeles’ se pegan luego topetazos que les dejan hundidos para largo tiempo.
Es preferible permitir a un niño que rompa alguna vez un plato y enseñarle a recoger los pedazos, porque "es mejor un plato roto que un niño roto". Y sería estupendo educar a los jóvenes en la idea de que no hay una vida sin problemas, pero lo que hay en todo hombre es capacidad para superarlos.
No vale la pena llorar por un plato roto; se compra otro y listo. Lo grave es cuando, por un afán de perfección imposible, se rompe un corazón, porque para eso no hay repuesto en los mercados.
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