Cuántos te amo dejamos sin decir. Por temor, por vergüenza, por inseguridad, por inexactitud, por desamparo, por protección, por ausencia. Cuántas veces las palabras bajan ordenadas de la mente y se agolpan en la boca y se quedan detenidas allí como si fueran pájaros sin alas, como si fueran a morir en contacto con el aire, como si con el sólo pronunciarlas el otro se convirtiera en un monstruo que nos devoraría, o en un cobarde que huiría inevitablemente.
Cuántas veces lo decimos sin decirlo, con actos, con caricias, con miradas, con silencios inoportunos, o con escapadas virtuales. Los te amo no dichos se agrupan y se van armando hasta los dientes, y un día hacen la revolución, salen como un grito desesperado de los labios y recorren habitaciones, espacios abiertos, los oídos de un mortal, o simplemente la soledad.
Los te quiero son menos alborotadores, son más desfachatados, son capaces de salir de la boca sin corrección, de publicar su anuncio sin control del editor. Son menos comprometedores, y más casuales. Son tan irreverentes, andan siempre de aquí para allá, suelen aparecen en tarjetas, en propagandas de televisión, y hasta a veces son el final idílico de una conversación. En cambio los te amo son como la graduación de una carrera, el master, el post grado de los sentimientos. Es huidizo, precavido, astuto y hasta tímido. Es difícil que salga disparado con la velocidad de un te quiero.
Cuando un te amo asoma en la boca, ya el que lo va a decir sabe que irremediablemente está bajo el hechizo del que lo originó, que no hay escapatoria al destino de amarlo. Los dueños de los te amo a veces no los merecen, y a veces ni saben que fueron creadores de semejante desatino, de semejante tumulto, de semejante revolución dentro del corazón. Los te amo no dichos navegan en la desesperación de amores no correspondidos, o de miedos profundos a fracasar de nuevo. Y muchas veces naufragan en el océano del desamor.
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