Ahora hará tres noches soñé que el cielo estaba plagado de nubes pequeñas. Indiferentemente de sí el sol aparecía o no, las nubes permanecían ahí, quietas, como esperando alguna señal. Eran las nubes de la felicidad, y como no, habían de estar ubicadas en el cielo.
Anteanoche soñé contigo. Soñé que el corazón te daba un timbreteo y que mandaba una señal a tus piernas para hacerte saltar. Todo ello sin tu consentimiento, era el corazón el que mandaba sobre tu cuerpo. Diste aquel salto y te subió tan alto que llegaste a ver aquellas nubes. Tú ya sabías que tipo de nubes eran y que si montabas a una la felicidad invadiría tu alma, y de repente te entró el miedo. ¿Miedo a qué?, tú sabías que la caída de una nube de la felicidad, no provoca la muerte. Sabías que si un día la nube te abandona, ésta iría otra vez a su lugar de partida y que tú, único elemento indispensable, podrías volver a alcanzarla en otro momento.
Así, era deseo, que no miedo, aquel sentimiento que te embargaba. Deseaste y te fue concedido, y en el siguiente salto lograste alcanzar una de esas nubes tan codiciadas por todos. Soñé que viajabas en ella a la velocidad de la luz, pues luz eras. Soñé que el viento, lejos de tirarte de la nube, te envolvía y te regalaba caricias. Soñé que estabas sola volando por el cielo, y sin embargo te sentías entre olor de multitudes. Soñé que tus ojos no veían, tus manos no palpaban, y que el resto de tus sentidos no los controlabas. Soñé que tu corazón aumentaba sus pulsos y a su vez se mantenía sereno y relajado.

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